SI NO TE DEJAS LAVAR...
¡Qué difícil dejarse amar! A veces tenemos grabado a fuego el convencimiento de que no merecemos nada porque no hemos sido amados incondicionalmente desde nuestra infancia, o por haber sufrido maltratos, abusos, abandonos y negligencias de todo tipo, que nos hacen crecer con la honda convicción de no ser dignos de ser amados tal y como somos. A veces sucede algo mucho más terrible. ¡Que la persona que te decía "te amo, te quiero" es precisamente la que destrozaba la vida! ¡Cuánto cuesta entonces creer y acoger el "TE QUIERO" de DIOS. Es normal en estos casos la desconfianza brutal. Otras veces, son nuestras propias fragilidades, caídas y recaídas las que instauran la certeza de no merecer -como el hijo pródigo- absolutamente nada, o, peor aún, de merecer nuestras desventuras y sufrimientos como satisfacción por nuestras faltas y miserias. A veces podemos ser capaces de desvivirnos por los demás -tal vez motivados por un profundo e injusto sentimiento de culpabilidad- con una generosidad desbordante, pero que no saber cuidar de nosotros mismos. Es como si todo el rato necesitáramos mostrar a nosotros mismos y a los demás que somos valiosos y dignos de ser amados. Es fundamental, por tanto, no solo aprender a dar, sino también a recibir. Aprender a dejarnos ayudar, dejarnos lavar los pies y perdonar las veces que haga falta y cualquier falta. Solo así dejaremos que Dios nos guíe y haga su obra en nosotros.
Conocí una madre con su hija en el hospital -ya llevaba dos años- que me enseñó el secreto: "solo hay que dejar que Dios haga su obra en nosotros". Así, convencida. Con increíble serenidad. NO hay que decir, "voy a hacer", sino como María "Hágase". Dejar que Dios haga su obra en nosotros es dejarse amar, aun cuando sentimos profundamente que no lo merecemos.