Entrevista a Luis Alfonso Zamorano

Por Tamara Cordero Jiménez. Fuente: 21rs.es

Desde los 18 años es misionero del Verbum Dei y hace tres que volvió a España después de pasar casi 20 años en Chile, donde se ordenó sacerdote. Luis Alfonso se define como “alguien que ha sido alcanzado por la misericordia de Dios” y desde que discernió su vocación al sacerdocio lo acompaña una cita bíblica del evangelio de Juan: “que el amor con que Tú me has amado esté en ellos” (Jn.17, 26), que dice que es su norte y lo que da sentido a toda su vida misionera. También tiene experiencia como acompañante psicoespiritual de víctimas de abusos; además, es escritor y músico. Ya está trabajando en un nuevo disco, el cuarto de su discografía. Aunque hoy nos reunimos con él en la sede de la Conferencia Española de Religiosos (Confer) con motivo de la presentación de su último libro “Ya no te llamarán 'abandonada'” (PPC, 2019) para abordar la problemática sobre los abusos en el seno de la Iglesia.

Acabas de publicar “Ya no te llamarán 'abandonada'”(PPC, 2019), una guía básica sobre el acompañamiento a víctimas de abusos que todos deberíamos leer: ¿qué podemos encontrar en este libro?

No es un libro para entretenerse ni de lectura fácil. Aunque está escrito en un lenguaje sencillo y asequible, no es fácil por el tema que trata. El libro tiene dos partes. La primera intenta comprender qué es el abuso, por qué genera las heridas que genera, qué factores influyen en estas heridas. Se trata de un mínimo de marco teórico, desde la experiencia, poniendo voz a las víctimas. También nos acerca a la epidemiología de esta realidad que lamentablemente está más presente de lo que pensamos en la sociedad, en la familia y en la Iglesia. La segunda parte del libro es más práctica. Intenta dar pistas básicas sobre qué hacer ante una revelación, cómo acompañar a una persona que viene y nos cuenta su historia. Cuáles son los principales desafíos que tiene que afrontar en su proceso de sanación: la reparación de la autoestima, la superación de los sentimientos de culpabilidad, el poder resignificar el mal que ha sufrido. Desde la experiencia de acompañamiento a Estrella, entre los 16 a los 30 años prácticamente, y todo el proceso que ella vivió de un abuso intrafamiliar, muestro su camino de fe, sus luchas, oscuridades y esperanzas, que le pone voz al drama que vive mucha gente. Hay que visibilizar el dolor de los supervivientes. Si no logramos entender lo terrible del abuso y lo que ha significado en sus vidas, tampoco podremos honrarlo ni repararlo, ni como sociedad ni como Iglesia. Este libro es mi humilde intento para la construcción de la cultura del cuidado y de la protección, y está pensado para catequistas, agentes pastorales, miembros de parroquias...

¿Responde la Iglesia de manera adecuada a las víctimas?

Muchas de ellas, cuando logran tomar distancia del abusador, relatan que no les ha faltado el apoyo de ciertos sacerdotes y consagrados que las han ayudado y acompañado. Ellas se refieren a estas personas como “los lazos de amor”, “cuerdas humanas” con las que Dios los atrae y trata de cuidar. Su problema está con la Iglesia institucional, la autoridad, con quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones. Y ahí es donde ellos experimentan en muchos momentos revictimización, el ninguneo, la invisibilización, el no tomarlos en serio, el dejar que pase... Yo creo que todavía estamos en un proceso de conversión, se están dando muchos pasos, no lo niego: el Motu Proprio, en España estamos esperando que por fin la Santa Sede apruebe el protocolo vinculante para todas las diócesis, ya hay diócesis que quieren poner en marcha la oficina de atención a las víctimas, se están destinando recursos... Pero vamos demasiado lentos. Si la herida vino por alguien que representa a Dios, la sanación, en el caso de las víctimas de la Iglesia, solo puede venir por los “representantes” de Dios. Por otro lado, lo decisivo en el acompañamiento de quienes han sido víctimas por parte de sacerdotes es sanar sus heridas, y no tanto sus sentimientos hacia la Iglesia o hacia Dios.

En la presentación de “Ya no te llamarán 'abandonada'” nos contabas que el primer paso, y el más importante, es creer a las víctimas, ¿por qué?

En las familias, por ejemplo, si llega el niño y cuenta algo (ojo, que los niños cuentan de muchas formas) y no lo creemos o pensamos que son tonterías, podemos dejar sumergido al menor en un silencio que puede durar años y que lo deja cautivo de su abusador. Lo mismo en la Iglesia. Si el primer punto de partida es la sospecha: “¿qué querrán? ¿A qué viene ahora contar estas cosas después de tantos años? ¿Vendrá buscando dinero o a descalificar a la Iglesia?”. Si el punto de partida no es la escucha, la acogida y el creerlos, obvio que se va a revictimizar. Claro que hay denuncias falsas, apenas un 5%, y no debemos perder la prudencia; tampoco hemos de dejar de lado el defender la presunción de inocencia del acusado hasta el final, porque si no podríamos generar una nueva víctima. Pero intentando salvaguardar eso, hay que tomar muy en serio cualquier indicio de sospecha o noticia verosímil y hay que investigarlo y poner medidas cautelares. Hoy en día hay supervivientes que ven como la institución a la que pertenece o pertenecía el agresor no hace ninguna investigación; peor aún: se siguen haciendo homenajes al abusador. ¿Cómo se sienten las víctimas? ¡Ninguneadas! ¿Cómo reparamos entonces su dolor? Si nos ponemos delante del Señor, su mirada y predilección por estos hermanos tiene que tirar por tierra todas nuestras defensas.

Ya que en muchos casos, después de tantos años, las víctimas siguen sin fuerza para denunciar lo vivido, ¿Es uno de los pasos naturales a dar que la Iglesia salga a buscarlas?

Si al Buen pastor se le pierde una oveja, ¿no deja a las 99 para buscar la perdida?, ¿por qué no salir a buscar a estos hermanos heridos? En el primer instante en el que conozcamos que puede haber alguna víctima, hay que salir al encuentro de ellas. Qué pena que El País sea el medio que pone un email para recibir denuncias y no la Iglesia. En este sentido, la Iglesia española podría aprender mucho de la chilena y no repetir sus mismos errores. ¡Claro que el buen pastor busca la oveja perdida, herida, para curarla y abrazarla!

¿Dónde podemos situar al victimario? ¿Cómo debe ser nuestra actitud con él?

No podemos abandonarlo a su suerte. Debemos aplicar todo el peso de la ley civil y canónica, todo el rigor, es justo y necesario, pero tiene que haber también una puerta abierta a la misericordia. Hay que ayudarlo a hacer un camino de reparación donde pueda reconocer el daño que ha causado, donde pueda, ¡ojalá! llegue a pedir perdón de verdad; no sé si a rehabilitarse, porque según qué casos es muy difícil, pero al menos sí a reducir al mínimo posible las posibilidades de que pueda cometer nuevos delitos. Una víctima puede otorgar el perdón, pero eso no significa que la persona tenga que tener labores pastorales, y menos con menores. Por otra parte, hay que preservar lo más posible la presunción de inocencia, porque si no se provoca mucho dolor, y en vez de crear la cultura del cuidado, se genera “la cultura de la sospecha”. La denuncia y la investigación no pueden ser sinónimo de condena y linchamiento público. Los medios de comunicación aquí tienen una gran responsabilidad. Si en la Iglesia acogiéramos de verdad a las víctimas, estas acudirían mucho menos a los medios de comunicación; llegan ahí porque sienten que no las escuchamos y no las creemos. Hay que agradecer a los medios lo que han hecho porque si no, no se hubiese visibilizado su dolor, pero hay que ser prudente para no aniquilar de por vida la honra de personas inocentes.

¿Qué acciones concretas debemos llevar a cabo en nuestras parroquias y movimientos?

Hay que dar formación sobre este tema, hacer talleres de prevención de manera permanente con los niños, padres, jóvenes y adultos. Así como existen estas pegatinas de “parroquia libre de humo” que consigamos una que diga “parroquia libre de abusos”. Se tienen que poner todos los medios para que nuestras comunidades sean espacios seguros, no solo para los niños, también para los adultos en situación de vulnerabilidad, de manera que, si alguna persona tiene una perversión, tenga las menos posibilidades de llevarla a cabo. Debería haber personas encargadas laicas de supervisar que las medidas del manual de buenas prácticas y conducta se estén llevando a cabo; que haya facilidad para poder comentar y denunciar cualquier conducta improcedente. Este rol de supervisor podría ser como un servicio o ministerio dentro de la comunidad, aunque la protección es una tarea de todos. Lo trágico en muchos lugares, como Boston o Irlanda, es que todo el mundo veía cosas que no les sonaban, pero nadie hacía nada. Hay que cuidar los espacios físicos, cosas tan típicas como que las salitas tengan puertas transparentes, con ventanas, que no haya lugares donde poder encerrarse o esconderse; la prevención requiere llegar a este nivel de detalle. Y sobre todo, no puede ser un tema tabú. Tiene que ser parte del temario que se da en la catequesis. En la medida que lo abordemos en nuestras comunidades, lo vamos a abordar indirectamente en las familias y vamos a procurar que esto tampoco pase en las familias, porque los adultos protectores pueden tener una actitud de más cuidado y estar atentos. A los niños hay que decirles claramente: “aquí no te pueden tocar, estos son los límites, nadie te puede hacer tal, ten cuidado con esto, este tipo de secretos no hay que guardarlos...”. Y debe haber claridad con respecto a qué personas dirigirse si pasa algo. Además, insisto, la prevención no debe ser solo con niños, también hay que tomar medidas con los adultos. Y es que hay adultos que en una situación de vulnerabilidad pueden ser objeto de manipulación afectiva, de conciencia, pueden ser verdaderas marionetas. En este sentido, quiero recordar lo que dice el papa Francisco: “decir no a los abusos, es decir no al clericalismo”.

Luis Alfonso, si hay alguna víctima leyendo esta entrevista, ¿qué le dirías?

Depende un poco de cada persona. Porque hay algunas que reconocen haber sido víctimas pero que gracias a Dios, por lo que sea, aquello apenas dejó huellas. Y cuando se ha salido adelante, no se tiene ganas de revolver nada. Hay que tener cuidado con ese mantra que hoy se escucha tanto y que dice: “Tienes que denunciar, tienes que denunciar, denuncia, denuncia…”, “tienes que contarlo, cuéntalo, cuéntalo, cuéntaselo a tu familia…”, porque podemos poner sobre la persona una presión insoportable. Muchas víctimas no están dispuestas a exponerse, o a exponer a sus familias, y recorrer un camino de por sí doloroso y agotador. En cambio, si la persona siente que el abuso es un tema sangrante para ella, algo que la incordia demasiado, como un fantasma que revolotea y siembra temor, entonces, la invitaría a buscar a alguien de confianza y pedir ayuda. Tal vez necesite romper el silencio. Y ahí sí, discernir el tema de la denuncia… Que busque la manera de poder hablar, algún sacerdote de confianza, alguien a quien pueda contar su historia, porque afrontar ese capítulo terrible de su vida le va a hacer bien, aunque en un principio le suponga atravesar una situación de dolor y pueda desatar tormentas impredecibles. Y luego les diría que, por favor, cuiden mucho a los pequeños, que estén atentos, que no sean ingenuos, que estas cosas pasan en las mejores familias y la protección es una tarea de todos. ¡Ah! Y por último a todos os pediría que recéis por los que intentamos acompañar a estos héroes que son los supervivientes de abusos.